En lo que afecta al resto de la población menciana, dispersa por los pequeños núcleos de población, alquerías y almunias antes citadas; opinamos que, si bien algunas debieron desaparacer, en cambio otras se mantuvieron, incluso aumentaron al servir de centro receptor de algunos habitantes del Laderón que decidieron permanecer en estas tierras, como pudieron ser los focos del Llano Medina-La Plata-Genazar, junto al camino de Metedores y, sobre todo, las Pozas-Perrilla cadena, próximo al camino Real. Creemos que se trataría de la población que, lenta pero paulatinamente, se fue acercando y edificando sus viviendas en torno al castillo de comienzos del siglo XIV.

En lo referente a la población en la nueva tierra, la Historia de España de Menéndez Pidal(60) nos revela que, si bien en la cuenca del Guadiana podía imponerse fácilmente cierta uniformidad en régimen, procedimiento y actividad económica, en cambio, en buena parte de Andalucía y Murcia se exigía respeto a la población musulmana que permaneció, así como a los pactos, y de igual modo la atención a una frontera próxima y activa, y aún a las modalidades que aconsejaban el clima y la situación. La norma que se siguió fue conservar los límites antiguos para los territorios de los castillos y ciudades recién ganados. En los sometidos por pacto, con permanencia del pueblo musulmán, no era necesario fijarlos. En los términos que padecieron la salida de su población anterior se hizo necesario el amojonamiento en los deslindes, y para esos amojonamientos se buscó la cooperación de musulmanes conocedores de los términos anteriores, aun gestionando su ayuda en las tierras que ya hubiesen emigrado. En realidad, los campos de Andalucía y,. concretamente, la cuenca del Guadalquivir, ya venían padeciendo abandonos desde antes de la conquista. Los pobladores cristianos, en la mayor parte de sus campos, pudieron encontrar casas, molinos, huertas, viñedos y olivares, aunque parcialmente destruidos. Los villares se pueden documentar en los términos de Córdoba, Écija y en la banda morisca.
Menéndez Pidal también informa, que por ser la población rural la más numerosa, y para efectuarse una repoblación, era necesario que hubiesen desaparecido del territorio correspondiente, total o en su mayor parte, los propietarios musulmanes por capitulación o por disposición acordada. En los casos de ventas de heredades que se documentan, negociadas directamente entre moros y cristianos antes de hacerse la repoblación oficialmente, se respetaban los términos de la adquisición, al menos dentro de ciertos límites, haciendo así innecesario el reparto de la totalidad del término. Las ciudades y términos en que la emigración de los moros era acordada por capitulación, fundamental para una rápida penetración y afianzamiento de los castellanos, constituían la mayor parte de la superficie ganada, superior a la que había quedado en poder de los que por pacto de sumisión permanecieron en sus villas y términos(61).
Por último, se nos da a conocer un dato muy interesante al decirnos que, en un principio, don Fernando dejó buena parte de Andalucía sin repoblar por seguir allí la población musulmana, como consecuencia de los pactos de sumisión, en el disfrute de sus fincas, culto y justicia. En no pocos términos se debilitó la población musulmana a partir de la sumisión, de tal forma que a los pocos años de dominio cristiano ya se hacía necesario repoblar.
De los acontecimientos que se sucedieron a finales de la primera mitad del siglo XIII en el territorio del piedemonte de las Subbéticas cordobesas, donde se iba a levantar el castillo, aproximadamente un siglo y medio después, es decir, a comienzos del siglo XV, y a su alrededor las primeras casas del actual pueblo de Doña Mencía, sabemos muy poco por las fuentes antiguas. Montañez Lama(62), citando a la Historia genealógica de la casa de Cabrera, dice que, entre los territorios donados por Fernando III a don Álvar Pérez de Castro se hallaba el terreno comprendido al pie de la sierra de Cubillas y Oreja de la Mula y San Cristóbal(63). En esta zona fundó don Álvar un castillo –¿se refería el historiador a una atalaya anterior al castillo mudéjar de principios del siglo XV construida por el sistema de mortero y mampuesto típico de los calatravos, y del que hoy día se conservan algunos restos?-, y que a su pie formó una deliciosa heredad a la que puso el nombre de su esposa, doña Mencía López de Haro, hija de don Diego López de Haro, onceavo señor de Vizcaya.
En la Historia de España de Menéndez Pidal(64), se confirman algunos pormenores de la información que, según Montañez Lama, se citan en la Historia genealógica de la casa de Cabrera, como de la existencia de los personajes o el matrimonio de Pérez de Castro con doña Mencía. Así, nos habla de la inesperada muerte de Álvar Pérez de Castro, en 1239, que impulsó a Fernando III a efectuar una larga estancia en Andalucía, fijando su residencia, de febrero de 1240 a marzo de 1241, en Córdoba. Ello desconcertó a los musulmanes de la Campiña, que junto a las negociaciones y a las armas de los cristianos, entregaron a don Fernando villas y castillos de esta comarca, como Écija, Almodóvar, Setefilla, Lucena, Luque, Estepa y otras. Además de Hornachuelos, Mirabel, Fuente Tomiel, Zafra Pardal, Zafra Mogón, Rute, Bella, Baena, Zambra, Benamejí, Aguilar (Poley), Zueros, Zuerete, Montoro, Porcuna, Osuna, Cazalla y no lejos Morón y Cote. También, en lo referente a los problemas por los que estaba pasando Sancho II de Portugal para mantenerse en el trono, nos dice que, en 1245, aparte de estar casado con doña Mencía, la viuda de Alvar Pérez de Castro y sobrina de don Fernando, se vió desasistido de los suyos, teniendo que buscar la ayuda del infante castellano para resistir a los ataques del hermano Alfonso III sostenido por los eclesiásticos.
En otro capítulo, aparece el contencioso de la corona de Portugal(65), en la que uno de los factores desencadenantes de los enfrentamientos entre el rey, sus hermanos, la nobleza y el clero, fue el anuncio del matrimonio de Sancho II con Mencía López de Haro, hija de Lope Díaz, señor de Vizcaya, y viuda de Álvar Pérez de Castro. Esta unión era importante para el comercio exterior portugués pero, en cambio, una amenaza para las aspiraciones de Alfonso –hermano del rey-, por lo que se buscó considerar ilegítimo el enlace, alegando que los contrayentes eran igualmente biznietos de Alfonso Enríquez.
NOTAS:
(55) Consultar la página 1780 del tomo 5 de Los Pueblos de Córdoba. Edad Media. Zuheros de J. M. Escobar Camacho.
(56) Ibídem., páginas 1780 y 1781.
(57) Consultar las páginas 1311 y 1312 del tomo 4 de op. cit. Priego de Córdoba de J. M. Escobar Camacho.
(58) Consultar la página 303 del tomo 1 de op. cit.. Cabra de M. Nieto Cumplido.
(59) Consultar las páginas 136 y 137 del tomo 1 de op. cit. Baena de M. Nieto Cumplido.
(60) Consultar las páginas 75 a 78 del capítulo V, del volumen I, del tomo XIII de la Historia de España de R. Menéndez Pidal.
(61) A. Sánchez y J. Hurtado en su obra Torreones y fortificaciones en el sur de Córdoba, en sus páginas 33 y 34, respecto al traspaso de propiedades tato urbanas como rurales, dicen que, el modo de llevarse a efecto el cambio de propiedad, varió según los distintos modos de incorporación de las tierras cordobesas. Los repartimientos que ya a mediados del siglo XIII se realizan en Castro del Río, Lucena y Cabra, entre otras, demuestran que dichos repartimientos condujeron a la existencia en el reino de Córdoba, no sólo de la gran propiedad, -de menor extensión casi siempre, que los anteriores grandes latifundios de la última época musulmana-, sino también de la mediana y pequeña propiedad. Otra cosa sería, la posterior compraventa de tierras y consiguiente concentración de las mismas, en unas pocas manos, lo que unido a la falta de interés económico de algunos, al retroceso producido a raíz de la crisis mudéjar, las quiebras demográficas ocasionadas durante el siglo XIV y debidas a las continuas epidemias, hambres y guerras, las propias herencias y dotes, las frecuentes apropiaciones ilegales de tierras, y las usurpaciones de tierras comunales y por último al proceso de señorialización iniciado por la nobleza cordobesa a finales del siglo XIII, y de concentración de tierras en manos de la Iglesia, llevan, en definitiva, al avance y predominio de la gran propiedad.
(62) Consultar la página 104 del número75 del Boletín de la Real Academia de Córdoba, donde se publica el Bosquejo histórico de la Iglesia Dominicana de Doña Mencía. 1901, de J. Montañez Lama. Cita la Historia genealógica de la casa de Cabrera, folio 337 por el P. Ruano.
(63) A. Sánchez y J. Hurtado en su op. cit., página 31, nos hablan del sistema de entrega de territorios o tenencia de castillos. La conducta heroica que siempre actuó como uno de los más eficaces procedimientos de promoción para el grupo nobiliario, adquirió en este ámbito un especial significado, y fomentó la generosidad monárquica, que se tradujo con frecuencia, en la entrega de la tenencia de fortalezas a aquéllos que se habían destacado en su conquista. La motivación de esta actitud de los monarcas fue doble: de un lado el deseo de la recompensa, y de otro, el interés por encomendar la defensa de la misma persona con probados recursos y suficiente preparación y sentido de la responsabilidad, como para desempeñar eficazmente dicha misión.
(64) Consultar las páginas 56 y 57 del capítulo IV, volumen I y tomo XIII; y página 38 del capítulo III de la Historia de España de R. Menéndez Pidal. Se cita a la Crónica general de España, caps. 1056 y 1057. Y a Jiménez de Rada, IX, XVII.
(65) Consultar la página 532 del capítulo II, volumen II, tomo XIII de la Historia de España de R. Menéndez Pidal. Se cita a L. Gonzaga de Azevedo, Historia de Portugal, VI, Lisboa, 1944, páginas 92-95.
Alfonso Sánchez Romero
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