
En este blog podéis leer los comentarios que los profesores de Literatura, Rafael Ruiz Serrano y Bartolomé Delgado Cerrillo, hicieron sobre la poesía de Manuel Luque.
En este blog podéis leer los comentarios que los profesores de Literatura, Rafael Ruiz Serrano y Bartolomé Delgado Cerrillo, hicieron sobre la poesía de Manuel Luque.
Los aromas de la nada es un libro serio. En todos los sentidos. Serio, porque revela a un autor que, alejado de cenáculos literarios, tiene una voz y un lenguaje propios; porque su contenido gira en torno a algunos de los temas más trascendentes de la poesía de todos los tiempos, y porque su autor ha optado por un tono poético acorde con esos temas. El resultado de esa combinación es una obra sobria e inquietante; una obra que no pretende curar la herida existencial, ni siquiera trata de convertirse en consuelo o analgésico para esa herida. Se limita a mostrarla.
En esta breve pero intensa obra poética, Manuel Luque Tapia describe con palabra precisa, sin misericordia, la vieja desazón del ser humano, el dolor de ser vivo del que hablaba Rubén Darío, la necesidad del autoengaño para soportar la existencia, el retorno nostálgico a la infancia, sinónimo de felicidad, el señuelo fugaz del amor, incapaz de sobrevivir a la corrosión del tiempo, y sobre todo, la omnipresencia de la muerte, que parece, como el aroma (o el hedor) de las flores mustias olvidadas en las tumbas, impregnarlo todo.
Desde Reflexión ante el espejo hasta ¡Quién sabe!, el poemario encerrado en Los aromas de la nada nos muestra la pesadumbre de la vida consciente, la sensación casi insoportable de fracaso que arrastramos por el simple hecho de estar vivos, unida a la necesidad de fingir una felicidad inexistente, para continuar caminando, aunque no sepamos ni en qué dirección ni para qué. La idea reiterada en los distintos poemas parece ser esa angustiosa percepción de la existencia humana como un absurdo y doloroso camino que sólo conduce a la nada, esa certidumbre que, una vez descubierta, no sólo dinamita la esperanza, sino que termina también por distorsionar y contaminar el recuerdo. La vida, desde esa perspectiva existencial, se contempla de un modo desesperanzado: las lágrimas del nacimiento se explican como una anticipación de la muerte; la infancia es el único refugio al que volver, pero no es más que un espejismo justificado por la inocencia; la juventud, una ramera que nos engañó una noche, y que había desaparecido antes de amanecer; la madurez, la consciencia plena de ese sinsentido. De ahí el vocabulario que de forma insistente salpica este poemario: miedo, presagio de muerte, sueños enterrados, el humus putrefacto de los muertos, espejismos…
Y sin embargo, no creo que el dolor existencial que desborda las páginas de esta obra sea un dolor paralizante y estéril. No creo que sea tampoco una pose entre literaria y estética, de ésas que han estado de moda más de una vez en la literatura y en otras artes. Creo más bien que la aceptación plena y consciente de nuestra nada puede ser la única forma vivir también de forma plena y consciente nuestra vida. Con todos sus límites. Con todas sus potencialidades.
Quizás eso es lo que quiera decir el autor en el poema que cierra el libro: ¡Quién sabe!
Rafael Ruiz Serrano
IX
ELLOS LO SABEN
Ellos lo saben, pero callan.
Saben que trafican con la carne morena
y con la blanca.
Lo saben,
y aunque pueden evitarlo, callan.
Saben que negocian con el miedo,
y la soledad y el desamparo, pero callan.
Saben que trafican con el frío de las pateras
y la amenaza del regreso.
Todos lo saben, pero todos callan.
Saben que existen neones de lepra encendidos en la noche,
que dormitan bajo su luz, arracimados,
los obligados vientres de la lujuria.
En las áreas de descanso, en los moteles de carretera…
Lo saben, porque también ellos entran
y aspiran el sándalo de los peep chow
donde se exhiben esas niñas desgastadas por el uso.
Por eso la historia de este tiempo
será la historia de la infamia,
que alguien, algún día, escribirá con rotunda mano
sin el dolor que supone
la palabra por fuerza detenida en la garganta,
la palabra muda de ellas ahora,
su dolor de siempre disfrazado.
De “Ángeles de la noche”, LUQUE TAPIA, Manuel
(Doña Mencía, 1962).
Colección de poesía. CXXXI Instituto Leonés de Cultura.
Diputación Provincial de León. 2005.
(págs 35-36).
En Ángeles de
(Texto extraído de la contraportada del libro).
Gracias Manuel por una poesía tan humana.
A propósito de Los ángeles de la noche, de Manuel Luque Tapia
Es una equivocación creer que el hecho poético es difícil, tarea de minorías selectas, huerto cerrado al común de los mortales. Escribir poesía está al alcance de toda capacidad creativa. Cualquier ser humano, por el hecho de tener sensibilidad, de ser capaz de percibir el bien y la belleza, de ser sujeto u objeto de amor y de odio, de alegría y de tristeza, de sosiego y de ira, es poeta en potencia. Sólo precisa del trampolín que lo catapulte al agua fresca de la expresión poética.
Este es el caso de Manuel Luque Tapia. Su poesía nos llega fresca y actual, latiendo en las conciencias de los lectores como un quejido lastimero, resonando en nuestra mente como una triste canción, plagada de angustia, tanta como solidaridad, tanta como ternura… El poeta se sitúa en un plano semejante al del narrador omnisciente para hacernos partícipes de la tragedia diaria de estos ángeles.
El poema inicial –Proemio- ya nos pone en la pista de los que vendrán a continuación: mujeres inmigrantes en busca de una utopía. Poco a poco nos vamos adentrando en un universo descriptivo de gran poder evocador: los ángeles de la noche no son sino cuerpos de ojos fluorescentes, caras distorsionadas por la libidinosa noche, bocas que claman como pozos sin fondo…
De repente nos volvemos a encontrar con el mar, ya descrito en el primer poema como un oceánico camposanto, vuelve a golpear nuestras conciencias con su carga de muchedumbre de ausencias, en el que las olas han truncado su color azul por un calendario de nombres agotados. El poema “Viajera” nos da las claves de la metamorfosis que sufren estas inmigrantes. En efecto, mediante una hábil sucesión de metáforas, vamos conociendo los pasos de esa transformación: el cuerpo cobrizo se torna albergue del deseo ajeno, la corpórea perfección de la curva se vuelve naufragio del vicio y del pecado.
Navegando a la deriva, sin nadie con quien siquiera compartir esta agonía, siguiendo su curso invariable, con la piel hollada a embestidas, carne de fragua, yunque, martillo y agua… -un logrado estribillo de resonancias lorquianas, con el que recordamos las metáforas geniales del poeta granadino-. No hay que olvidar que el pez en la pecera es imagen clásica de prisión en el agua, como lo es el pájaro enjaulado de prisión en el aire; en esta misma línea de pensamiento, la fragua parece tener relación con los mitos infantiles de engullimiento y prisión en el interior de seres maléficos. El yunque vendría a polarizar la idea de fragua como simbolismo mortal; entendido como una imagen bipolar, por un lado sería como una proyección del altar de sacrificios y, por otro, de sensorialidad auditiva, por los golpes rítmicos del martillo.
Pero el proceso metamórfico no se detiene. Los ángeles de la noche se tornan títeres en brazos de la soledad y de la furia, esa extraña mezcolanza de aislamiento y rabia contenida. Ahora cada uno de esos ángeles es horizontal, presa de la añoranza, infeliz, herido, dolorido, desarraigado, en pos de un imposible: alcanzar el horizonte… Únicamente sueña con huir, escapar, olvidar, refugiarse en algún puerto seguro…
Y es en este punto donde el poeta tiende su mano a este ángel títere, a estas mujeres que han sufrido y padecido el oprobio del silencio, que están a punto de ser testigos de su propia destrucción. En este sugestivo poemario de Manuel Luque Tapia, alienta algo de capital trascendencia: está vibrando en cada poema, en cada verso, el anhelo de liberación, mediante el amor a la poesía, de quienes sufren una injusta prisión (carne de fragua, yunque, martillo y agua).
También hay amor en estos versos. El cálido fervor lírico, la angustia teñida de ternura que todo amor inspira, el ansia de encontrar para estas mujeres inmigrantes el consuelo y la esperanza que el alma necesita, se repite en su generosa y seductora variedad, para formar un canto único hecho de muchos y diversos capítulos.
Manuel Luque Tapia nos demuestra que no se escribe la poesía para minorías ni para mayorías. Se escribe para la vida. El destino de un poema es impredecible como el de un hombre, por más esfuerzos que se hagan para predeterminarlo. Lo que hace este poeta es crear su propio código desde la libertad, a partir de sus convicciones y dudas, de sus esperanzas y temores, y ponerlo en el mundo como se pone en circulación una moneda.
Bartolomé Delgado Cerrillo.