jueves, 6 de diciembre de 2007

Los aromas de la nada. de Manuel Luque Tapia

Los aromas de la nada es un libro serio. En todos los sentidos. Serio, porque revela a un autor que, alejado de cenáculos literarios, tiene una voz y un lenguaje propios; porque su contenido gira en torno a algunos de los temas más trascendentes de la poesía de todos los tiempos, y porque su autor ha optado por un tono poético acorde con esos temas. El resultado de esa combinación es una obra sobria e inquietante; una obra que no pretende curar la herida existencial, ni siquiera trata de convertirse en consuelo o analgésico para esa herida. Se limita a mostrarla.

En esta breve pero intensa obra poética, Manuel Luque Tapia describe con palabra precisa, sin misericordia, la vieja desazón del ser humano, el dolor de ser vivo del que hablaba Rubén Darío, la necesidad del autoengaño para soportar la existencia, el retorno nostálgico a la infancia, sinónimo de felicidad, el señuelo fugaz del amor, incapaz de sobrevivir a la corrosión del tiempo, y sobre todo, la omnipresencia de la muerte, que parece, como el aroma (o el hedor) de las flores mustias olvidadas en las tumbas, impregnarlo todo.

Desde Reflexión ante el espejo hasta ¡Quién sabe!, el poemario encerrado en Los aromas de la nada nos muestra la pesadumbre de la vida consciente, la sensación casi insoportable de fracaso que arrastramos por el simple hecho de estar vivos, unida a la necesidad de fingir una felicidad inexistente, para continuar caminando, aunque no sepamos ni en qué dirección ni para qué. La idea reiterada en los distintos poemas parece ser esa angustiosa percepción de la existencia humana como un absurdo y doloroso camino que sólo conduce a la nada, esa certidumbre que, una vez descubierta, no sólo dinamita la esperanza, sino que termina también por distorsionar y contaminar el recuerdo. La vida, desde esa perspectiva existencial, se contempla de un modo desesperanzado: las lágrimas del nacimiento se explican como una anticipación de la muerte; la infancia es el único refugio al que volver, pero no es más que un espejismo justificado por la inocencia; la juventud, una ramera que nos engañó una noche, y que había desaparecido antes de amanecer; la madurez, la consciencia plena de ese sinsentido. De ahí el vocabulario que de forma insistente salpica este poemario: miedo, presagio de muerte, sueños enterrados, el humus putrefacto de los muertos, espejismos…

Y sin embargo, no creo que el dolor existencial que desborda las páginas de esta obra sea un dolor paralizante y estéril. No creo que sea tampoco una pose entre literaria y estética, de ésas que han estado de moda más de una vez en la literatura y en otras artes. Creo más bien que la aceptación plena y consciente de nuestra nada puede ser la única forma vivir también de forma plena y consciente nuestra vida. Con todos sus límites. Con todas sus potencialidades.

Quizás eso es lo que quiera decir el autor en el poema que cierra el libro: ¡Quién sabe!

Rafael Ruiz Serrano

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