jueves, 15 de noviembre de 2007

Manuel Luque Tapia, poeta


No soy un buen lector de poesía, pero la obra de Manuel Luque Tapia, sobre todo los dos últimos libros que han llegado a mis manos - Ángeles de la noche (2004) y Los aromas de la nada (2006) me han parecido llenos de una inmensa profundidad humana. Hace tiempo que los tengo en mi poder y le prometí que iba a hacer una pequeña reseña a su obra en este modesto blog de Doña Mencía. He rastreado por la red y he descubierto que Manuel es un poeta reconocido en muchas partes -ver algunos enlaces: Diario de León, reseña del fallo del IX concurso de relato breve villa de Binéfar, etc.- y quizá, en su pueblo, todavía no se ha ha llegado a reconocer suficientemente la gran calidad de su obra. En este caso he preferido que otra persona, un gran amigo y profesor de Lengua y Literatura que estuvo en el jurado del último concurso en que participó Manuel, Bartolomé Delgado Cerrillo la haga en mi lugar. Esta es su aportación:

A propósito de Los ángeles de la noche, de Manuel Luque Tapia

Es una equivocación creer que el hecho poético es difícil, tarea de minorías selectas, huerto cerrado al común de los mortales. Escribir poesía está al alcance de toda capacidad creativa. Cualquier ser humano, por el hecho de tener sensibilidad, de ser capaz de percibir el bien y la belleza, de ser sujeto u objeto de amor y de odio, de alegría y de tristeza, de sosiego y de ira, es poeta en potencia. Sólo precisa del trampolín que lo catapulte al agua fresca de la expresión poética.

Este es el caso de Manuel Luque Tapia. Su poesía nos llega fresca y actual, latiendo en las conciencias de los lectores como un quejido lastimero, resonando en nuestra mente como una triste canción, plagada de angustia, tanta como solidaridad, tanta como ternura… El poeta se sitúa en un plano semejante al del narrador omnisciente para hacernos partícipes de la tragedia diaria de estos ángeles.

El poema inicial –Proemio- ya nos pone en la pista de los que vendrán a continuación: mujeres inmigrantes en busca de una utopía. Poco a poco nos vamos adentrando en un universo descriptivo de gran poder evocador: los ángeles de la noche no son sino cuerpos de ojos fluorescentes, caras distorsionadas por la libidinosa noche, bocas que claman como pozos sin fondo…

De repente nos volvemos a encontrar con el mar, ya descrito en el primer poema como un oceánico camposanto, vuelve a golpear nuestras conciencias con su carga de muchedumbre de ausencias, en el que las olas han truncado su color azul por un calendario de nombres agotados. El poema “Viajera” nos da las claves de la metamorfosis que sufren estas inmigrantes. En efecto, mediante una hábil sucesión de metáforas, vamos conociendo los pasos de esa transformación: el cuerpo cobrizo se torna albergue del deseo ajeno, la corpórea perfección de la curva se vuelve naufragio del vicio y del pecado.

Navegando a la deriva, sin nadie con quien siquiera compartir esta agonía, siguiendo su curso invariable, con la piel hollada a embestidas, carne de fragua, yunque, martillo y agua… -un logrado estribillo de resonancias lorquianas, con el que recordamos las metáforas geniales del poeta granadino-. No hay que olvidar que el pez en la pecera es imagen clásica de prisión en el agua, como lo es el pájaro enjaulado de prisión en el aire; en esta misma línea de pensamiento, la fragua parece tener relación con los mitos infantiles de engullimiento y prisión en el interior de seres maléficos. El yunque vendría a polarizar la idea de fragua como simbolismo mortal; entendido como una imagen bipolar, por un lado sería como una proyección del altar de sacrificios y, por otro, de sensorialidad auditiva, por los golpes rítmicos del martillo.

Pero el proceso metamórfico no se detiene. Los ángeles de la noche se tornan títeres en brazos de la soledad y de la furia, esa extraña mezcolanza de aislamiento y rabia contenida. Ahora cada uno de esos ángeles es horizontal, presa de la añoranza, infeliz, herido, dolorido, desarraigado, en pos de un imposible: alcanzar el horizonte… Únicamente sueña con huir, escapar, olvidar, refugiarse en algún puerto seguro…

Y es en este punto donde el poeta tiende su mano a este ángel títere, a estas mujeres que han sufrido y padecido el oprobio del silencio, que están a punto de ser testigos de su propia destrucción. En este sugestivo poemario de Manuel Luque Tapia, alienta algo de capital trascendencia: está vibrando en cada poema, en cada verso, el anhelo de liberación, mediante el amor a la poesía, de quienes sufren una injusta prisión (carne de fragua, yunque, martillo y agua).

También hay amor en estos versos. El cálido fervor lírico, la angustia teñida de ternura que todo amor inspira, el ansia de encontrar para estas mujeres inmigrantes el consuelo y la esperanza que el alma necesita, se repite en su generosa y seductora variedad, para formar un canto único hecho de muchos y diversos capítulos.

Manuel Luque Tapia nos demuestra que no se escribe la poesía para minorías ni para mayorías. Se escribe para la vida. El destino de un poema es impredecible como el de un hombre, por más esfuerzos que se hagan para predeterminarlo. Lo que hace este poeta es crear su propio código desde la libertad, a partir de sus convicciones y dudas, de sus esperanzas y temores, y ponerlo en el mundo como se pone en circulación una moneda.

Bartolomé Delgado Cerrillo.

1 comentario:

Grego Luque dijo...

Ante todo darle aquí públicamente la mas sincera de las enhorabuenas a mi primo Manuel.
Hace poco que he leido su libro de poesía "peregrino soy de la nostalgia" que creo que es el último, es tan triste y a la vez tan fascinante.Triste porque personalmente se de lo que trata en su poesía y fascinante,porque empiezas a leer y te absorbe de tal manera que no puedes dejar de leer.
Animo Manuel, que tú sí eres "poeta" en tu tierra