Por las campañas de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo (invierno-primavera 1998 y 2000), en la mitad este del castillo(66), sabemos que se erigió sobre las ruinas de una villa de explotación agrícola tardorromana (siglos III-IV), la cual estaría emplazada hacia la zona noroeste, y de la que se pusieron al descubierto una alberquilla y parte de otra, para decantación de ¿aceites?, construidas ambas de opus caementicium y recubiertas en su interior por signinum; además de unos muros de sillares en mampostería enlucidos por el mismo material. En el mismo espacio se identificaron cerámicas sigillata, dolia, tegulae y común romana(67).
Con posterioridad a las excavaciones, cursaron visita al castillo especialistas en Arqueología Medieval de la Universidad de Córdoba, quienes después de examinar el murete de mortero que arranca en perpendicular del muro exterior de poniente, lindante con las Angustias (calle donde se tiene constancia que estuvo ubicada la ermita de las Angustias) y hacia el interior del recinto (hoy terraza del Hogar del Pensionista), plantearon que pudiera tratarse de obra de fábrica de las gentes de la orden de Calatrava tras la conquista de estas tierras a mediados del siglo XIII, (hipótesis que vendría a despejarse con un estudio más exhaustivo de los cimientos de una torre, de sillarejo y mortero, que se mantuvo de pie hasta bien entrado el siglo XX, y de la que hoy se conservan restos en el foso del montacargas del referido Hogar.)
Este argumento vendría, una vez corroborado en todos sus pormenores, a confirmar los planteamientos, más arriba expuestos, sobre la existencia de una atalaya o pequeña fortaleza construida de mortero y mampostería, a mediados del siglo XIII, por los calatravos con el fin de servir de antecastro o torre de vigilancia en el portillo que quedaba abierto y desprotegido entre las plazas fuertes de Cabra y Baena; y de esta manera, obstaculizar las razzias e incursiones para el saqueo de la Campiña cordobesa que se organizaban desde el reino nazarita de Granada.
Del siglo y medio aproximado (segunda mitad del siglo XIII y el XIV) que trascurre desde la conquista de estas tierras del piedemonte y Subbéticas cordobesas –concretamente el territorio que ocupa el actual pueblo de Doña Mencía- hasta los comienzos del siglo XV, cuando se edifica el castillo y se construyen las primeras casas del pueblo a su alrededor; seguimos sin disponer de fuentes escritas que nos informen de su situación poblacional, económica, política y religiosa. De tal forma que, tan sólo contamos con el material arqueológico procedente del territorio y depositado en el museo. Este material, en concreto, se reduce a una serie de fragmentos cerámicos, en su inmensa mayoría vidriadas (tonos verde monocromo, melados, sienas y ocres), lisas y, también, vidriadas por ambas caras o decoradas con verdugones en tono negro, la engalba o engobe –blanca o de color-, e incluso, esmaltadas –con óxido de estaño-. Todas ellas son asignables a un amplio período de tiempo –siglos XII y XIII al XVIII-. Procederían de las posibles alquerías que permanecieron durante los primeros años tras la conquista del rey castellano en propiedad mora, aunque con el tiempo fueron pasando a manos de emigrados cristianos que aprendieron y siguieron con las técnicas de fabricación de la cerámica y otras artesanías, el cultivo de la tierra, y conservaron algunas costumbres, palabras, topónimos.
Las alquerías y almunias que debieron aportar el mayor número de agricultores y pastores a la creación del pueblo, se encuentran en el paraje de las Pozas-Perrilla Cadena, a escasos 500 metros a poniente y cruzado por el camino del Calatraveño que une el camino Real con el castillo –sugerente nombre este del camino del Calatraveño que, posiblemente, debe su trazado y construcción a la orden militar homónima a la que debió mover fines militares e intereses comerciales-(69). La pervivencia de población en este yacimiento está avalado, además, por el registro de más de setenta monedas acuñadas, en su mayoría en los siglos XVI y XVII, por los Austrias –Felipe II, Felipe III y Felipe IV- y algunas, en el XIX, por los Borbones –Isabel II, Gobierno Provisional y Alfonso XII-, lo que prueba que el trasbase de población no se efectuó de una forma rápida y en un sólo momento, sino que se iniciaría a fines del siglo XIV y comienzos del XV para prolongarse hasta el XVII. Los hallazgos numismáticos del XIX pudieran explicarse por el enclave de alguna cortijada o caserío hoy desaparecido(70).
Otro centro, del que deducimos que apenas aportó pobladores, fue el complejo de las Ventas o Colmenar(71), ya que al parecer siguió como venta o casa de postas, a caballo entre el camino Real y el camino viejo de Baena, manteniéndose como tal hasta al menos mediado el siglo XVIII, según consta en el Libro de Bienes de Eclesiásticos del Catastro de Ensenada(72), donde se nos dice que “distaba del pueblo más de un cuarto de legua”, y en dirección noroeste. Y de la misma manera, el caserío de Los Manchones –en la Serrezuela, al norte y a poco más de un kilómetro de Doña Mencía, próximo y a levante de los caminos Real y Viejo de Baena-, cuya población debió permanecer, prácticamente, hasta la actualidad, según lo prueba el material aparecido a causa de labores agrícolas, como monedas árabes,de los Reyes Católicos, de Felipe III y Felipe IV, así como de un crucifijo de bronce del siglo XVII(73).
El tercero y último complejo de almunias y alquerías que debió aportar alguna población, fue el Genazar y la Plata-Llano Medina, junto al camino de Metedores y a poco más de medio kilómetro hacia el suroeste del pueblo. De la zona de poniente, y junto a la casería del Genazar conocida por Detrás de las Huertas, se tienen depositados en el museo fragmentos de cerámica bajomedieval, dos fellus de bronce, una moneda de los Reyes Católicos o de ¿los Austrias?, varias monedas de Felipe IV, y otras de los Borbones(74).
NOTAS:
(67) Informe preliminar sobre la I.A.U. en el Castillo de Doña Mencía (Córdoba. Expediente 1278. I.A.U. 40/97. Ignacio Muñoz Jaén. 1998.
(68) A. Sánchez y J. Hurtado en su op. cit., páginas 33 y 34, nos exponen la situación económica y la estructura demográfica de la época. La economía es eminentemente agrícola, a base de cereales, viñedos, olivares y huertas, y en la zona de Priego, el azafrán. Según el libro de la Montería de Alfonso XI, realizado a mediados del siglo XIV, grandes zonas de la Campiña –actualmente productivas- eran en aquel momento agrestes e incluso con fauna salvaje, entre ellas la que nos ocupa. Las especies de más interés fueron el trigo y la cebada. El pan terciado –dos tercios de trigo y uno de cebada- garantizaban el alimento de la población. Los olivos se extendían también por esta zona, si bien no alcanzaban una producción satisfactoria hasta fines del siglo XV. No debe olvidarse los cultivos de regadío, impulsados desde el primer momento de la reconquista, y también el sector ganadero, cuyo desarrollo fue notable durante el siglo XIII, destacando el ganado lanar. A tal efecto, cabe señalar, la creación de la Mesta en Baena en 1415. Esta pujanza ganadera encontraría obstáculos entre la aristocracia, dueña de extensas propiedades cerealistas en la zona.
En cuanto a la estructura demográfica, debe comprenderse que los grupos sociales se organizan en función de la guerra, por ser esta zona de carácter fronterizo, y fue el factor religioso, el principal eje de la diferenciación social, que establecerá dos grupos definitivos: los cristianos, de origen castellano-leonés, y las minorías étnico religiosas.
La documentación de la época, permite comprobar la existencia de acuerdos económicos entre las comunidades de ambos lados de la frontera, de forma que así cómo ganados cristianos entran a herbajar en los campos nazaritas, pagando un canon en especie, ya sea en reses, aceites o productos manufacturados; así también los musulmanes consiguen hacer tratos con los cristianos, que les permite eludir el duro fisco de la Corte granadina.
(69) Tengamos en cuenta que en 1415 se crea la Mesta en Baena.
(70) Consultar ficha registro núm. 77 y registros de almacén 77/1 a 9 del M. H.-A. M. de Dª. M.
(71) Consultar fichas registro y de almacén núms.68, 311, 320, 116, 443, y 326 del M. H.-A. M. de Dª. M.
(72) AHMDM. Catastro de Ensenada. Libro de Bienes de Eclesiásticos. 1751.
(73) Consultar ficha registro del yacimiento núm. 500 del M. H.-A. M. de Dª. M.
(74) Consultar fichas registro y de almacén núms. 70, 44, 109, 272 y 405 del M. H.-A. M. de Dª. M.
(75) Consultar las páginas 104 y 105 del núm. 75 del Bosquejo histórico de la Iglesia Dominicana de Doña Mencía de J. Montañés Lama.
(76) A. Sánchez y J. Hurtado, en su op. cit., páginas 31 y 32, nos dicen que , la nobleza andaluza supo utilizar con acierto la fórmula de la tenencia en su beneficio. Encomendaron a la baja nobleza, el nombramiento de sus miembros como lugartenientes para las fortalezas reales que ellos disfrutaban en tenencia, o como alcaides para las de sus señoríos, era utilizadas como elementos de articulación del vasallaje. Significaba para la nobleza local, la tenencia de los castillos fronterizos, un procedimiento de afirmación de su liderazgo sobre los habitantes de su entorno, quienes veían en la figura del alcaide la imagen de su protector, de quien esperaban socorro y acogida en la fortaleza en los momentos de peligro, y a quien se atribuía la máxima capacidad militar, aunque tuviesen que soportar a veces sus imposiciones e intromisiones.
En esta frontera, la nobleza pasó de la tenencia de las fortalezas al señorío de las villas; frecuentemente la tenencia de los castillos, su alcaidía, fue entendida como paso previo a lograr la autoridad señorial sobre la villa o comarca, sobre todo a partir del reino de Alfonso XI.
(77) Ibídem., página 32. Continúan: los monarcas fijaban el número de personas que debían componer la guarnición de castillos y fortalezas bajo el mando del teniente, así como su rango y condición socio-cultural, y ello porque la Monarquía entendía la tenencia como procedimiento para la repoblación y organización del territorio. Cuando las tenencias se convirtieron en señoríos, los propios señores, se ocuparon del transporte de alimentos y a veces de la entrega de las pagas reales en sus respectivas villas, recibiendo una comisión quitación por dichos oficios, como ocurría en Priego. Al convertirse en señoríos, el monarca enajenaba la propiedad. Durante el reinado de Enrique IV, existen documentos que prueban la acusada sensibilidad hacia el problema de la subsistencia de los habitantes de esta zona fronteriza, que padecían carencias, unas veces por la escasez de cereales ocasionada por la saca de pan de las grandes ciudades andaluzas, y otras por el irregular procedimiento de libranza del dinero para atender a la población. También era problemático el mantenimiento de las torres y castillo, que eran competencia de la Monarquía, y que en concreto sobre las fortalezas fronterizas, se decía por los Procuradores en las Cortes de Ocaña de 1422 que era caydas algunas torres e pedacos de los muros, lo que provocó en éste y otros casos similares, cuando se planteaba la restauración y mantenimiento de las fortalezas, que se nombrasen veedores para que girasen visitas detalladas a las fronteras y torreones, librándose después las cantidades necesarias para su reparación.
(78) Consultar las páginas 74 y 75 de Historia de la Villa de Baena de F. Valverde y Perales.
(79) Consultar registro de almacén núm. 400 del M. H.-A. M. de Dª. M.
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