lunes, 3 de diciembre de 2007

El crimen del estanco, 1725 (y III)

Al día siguiente de los hechos, la justicia dicta requisitorias para encontrar el asesino y las envía a las ciudades, villas y lugares de los contornos, sin obtener resultado positivo alguno. Las declaraciones continúan y así, puesto que la mujer del estanquero había aludido a lo escuchado por su vecina Isabel Muñoz, hasta su casa se dirige el alcalde y juez ordinario acompañado del escribano. En efecto, estando sentada en compañía de su padre en dichas sus casas y cerrada la puerta de la calle oyó un arcabuzazo como a las ocho y media, y respecto a lo que contó a la mujer del estanquero sólo puede decir que estando en el corral de su casa oyó a Julián de Luna como le decía en el patio vecino a Jesualda de Navas que tenía conveniencia del estanco de tabaco pero que no quería otro sino el de esta villa y que había de vengar su ira. En esto que Jesualda, temiendo que alguien escuchara estas palabras, se asomó a la bardilla, y ya no pudo la pobre de Isabel Muñoz escuchar más cosas. No había, como se puede observar, muchos secretos entre vecinos.

Jesualda ratificó lo escuchado por Isabel desde su patio y confirmó que en la tarde del 1 de abril de 1725, poco más de las cuatro de la tarde, estuvo hablando con Julián en su casa. Éste primeramente le preguntó por sus padres –la madre estaba en la iglesia y el padre en Torredojimeno- y después le comentó que el estanquero le había enviado a su casa a una muchacha por un frasco de pólvora. Añadió que estaba disgustado por la ruindad que había ejecutado con él y que en otras partes tenía conveniencia de seis reales y medio todos los días y no lo quería porque había de ser estanquero en esta villa dentro de diez días por bien o por mal o no había de gozar el estanco uno ni otro y dicho esto se despidió.

Otro vecino, Pedro de Porras, señaló que estaba sentado al fuego con su mujer y no hizo mucho caso al oír el disparo por haber tirado otros en otras ocasiones y a poco rato que no se podían rezar dos credos oyó asimismo una mujer en dicha calle dando gritos dijo ¡hijo de mi alma que me lo han muerto! Y en dicha habla conoció ser la tía Luna madre de Julián de Luna. Sólo sabe, añade, que Manuel y Julián estaban enojados y que una vez ocurrido el hecho vulgarmente toda la gente que acudió decían lo había hecho don Manuel Fernández y esto se decía públicamente.

Julián de Luna vivía con su esposa y con su madre, la tía Luna como era conocida en el pueblo, y a las dos también se les tomó declaración. La esposa de Julián, María Concepción, afirmaría que aquella noche habiendo cenado los tres, su marido, como era habitual, tomó su espada y salió a la calle. Al poco rato oyó un arcabuzazo y, temiéndose lo peor, le dijo a la muchacha que servía en su casa que saliese corriendo y mirase qué disparo era el que se había tirado y luego al punto volvió la muchacha diciendo ¡Mariquita a Julianico han matado! Ella no observó que su marido tuviese o sacase pistolas aquella noche y sólo oyó decir que estaba quejoso del don Manuel por que le había echado del estanco sabiendo lo que había hecho por él y que hasta que le quitase dicho estanco no había de parar. María de los Santos Luna, la tía Luna, madre de Julián afirmó que su hijo, después de haber cenado, se levantó, tomó su espada y la besó. Ella le preguntó a Julián que adónde iba y él le respondería que iba a andar un rato, para que no se le olvidara. Tras escuchar el disparo salió a la calle y cuando oyó a la muchacha dar gritos, la tía Luna aceleró el paso y se fue a la plaza del Llanete donde halló a su hijo muerto y a sus gritos acudió mucha gente. Ella no sabe si su hijo llevaba aquella noche las pistolas que se le encontraron además de la espada. Más tarde el herrero y cerrajero del pueblo, Alonso de Rojas, hará, por orden de la justicia, un reconocimiento oficial de las armas que portaba Julián en la noche de autos describiéndolas de esta forma: las dos pistolas eran pequeñas e iguales de menos de cuarta de largo.., estaban corrientes para poderlas disparar y cargadas teniendo sus pedernales prevenidos donde les corresponde y habiendo con una baqueta y sacatrapos descargado dichas pistolas la una tenía una bala y siete postas y la otra una bala y cuatro postas y ambas su pólvora con que también estaban cebadas. Y respecto al puñal se reconoció ser de cuatro esquinas delgado bien atilado con su horquilla en el cabo y su botón para el descanso de la mano y la cuchilla o barra esquinada de dicho puñal es de largo del grueso de ocho dedos.

Al día siguiente se dicta auto de prisión contra el estanquero homicida al que se le describe como pequeño de cuerpo delgado, la cara rubia y el cabello cortado, algo calvo y algo pecoso en la cara con unas cicatrices o señales en el pescuezo como de lamparones. Pero en estanquero no aparecería por ningún sitio una vez examinadas las partes públicas y secretas, los mesones y las bodegas de las villas del contorno.

Pero las autoridades provinciales no iban a actuar como meros convidados de piedra en este asunto. Con fecha cuatro de abril, el Corregidor de Córdoba y Superintendente General de Rentas Reales, don Francisco Bastardo de Cisneros y Mondragón, envía un despacho al alcalde y juez ordinario de Doña Mencía instándole a que se inhiba en el caso y no ponga obstáculos a la justicia. Para ello nombra a don Mathias de Salbes Vizcaíno, Visitador General de la Renta de tabaco, como único juez ordinario. En dicho despacho se ofrece una versión distinta de los hechos, más favorable al estanquero de Doña Mencía, y se apunta que Julián de Luna y el testigo Miguel de Vera estaban esperando a don Manuel y que hubo un forcejeo entre ellos del que también salió herido el estanquero que iría a refugiarse al Convento de San Pablo de Córdoba, donde se encuentra en estos momentos.

Don Diego Alfonso Valera no acepta que la jurisdicción del asunto deba pasar al Visitador de la renta de tabaco y tras consultarlo con su asesor jurídico declara que él es el competente en el caso, lo que es ratificado por la suprema instancia judicial de Andalucía, la Real Chancillería de Granada. Sucesivos autos de prisión –el último tiene fecha de cinco de mayo- se pregonan en la plaza del Pradillo y en las de los pueblos vecinos. Muchos mencianos estarían expectantes por ver subir la cuesta del Brillante al estanquero y maestro escuela del pueblo para entregarse a la justicia, pero no sabemos si esto llegó a suceder o don Manuel huyó para siempre a otras tierras, quedando el crimen del Estanco, como tantos otros, impune para siempre.

La muerte de Julián, el hijo de la tía Luna, rompió la rutina de un pueblo de poco más de dos mil habitantes y del que se ofrecerían múltiples versiones. Seguramente los forasteros que vinieran al pueblo por las fiestas de San Pedro Mártir estarían deseosos de saber lo que realmente ocurrió y en la próxima viajá a la Campiña, los jornaleros mencianos seguirían añadiendo detalles, reales o inventados los más, al crimen del Estanco.

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