viernes, 23 de mayo de 2008

Córdoba en 1950, II

Brenan se queda horrorizado ante la extrema pobreza de las gentes de Córdoba

Después de visitar el 20 de febrero de 1949, acompañado del maestro escuela como guía, la Quinta de la Arrizafa y las ermitas, Brenan se acercó al Instituto de Segunda Enseñanza-el actual IES Góngora-. Allí observó cómo todos los alumnos iban bien vestidos y procedían de familias de clase media. Brenan inquirió que cómo lograban entrar allí los hijos de las clases trabajadoras, a lo que el maestro le contestaría que sólo lo conseguían los que procedían de las escuelas primarias regentadas por la Iglesia y que las escuelas primarias del Estado se hallaban tan olvidadas que los niños no consiguen ningún progreso.

Pero lo más escalofriante del relato de Brenan es la descripción que hace de las gentes que ve por las calles de Córdoba. He utilizado este párrafo de Brenan que viene a continuación en mis clases de historia sin indicar el nombre de la ciudad y os puedo asegurar que los alumnos nunca podían imaginar que el lugar al que se refería este viajero desconocido para ellos era la ciudad en la que vivían pero hace poco más de medio siglo.

Uno –comienza Brenan- no puede caminar por las calles de Córdoba sin sentirse horrorizado por la pobreza. El estándar de vida ha sido siempre muy bajo entre los trabajadores agrícolas de esta parte de España, pero esto es peor, mucho pero que cualquier otra cosa que yo recuerde a lo largo de mi vida. Pocas veces y de manera tan gráfica se ha expresado la miseria de la España de posguerra marcada por la extrema pobreza económica y por la pervivencia de las huellas del conflicto acabado sólo diez años atrás. Y continúa Brenan en su relato estremecedor. Uno ve hombres y mujeres cuyos rostros y cuerpos están cubiertos de suciedad porque se sienten demasiado débiles o demasiado sumidos en la desesperación como para lavarse con agua. Se ven a niños de diez años con el rostro marchito, mujeres de treinta años que son ya auténticas brujas, exhibiendo ese ceño fruncido por la ansiedad que proporcionan el hambre perpetua ya la incertidumbre acerca de su futuro. Nunca antes había visto una tal miseria: incluso los leprosos de Marrakech y Taroudant parecen menos desdichados porque, aparta de hallarse mejor alimentados, están resignados a su destino.

¿Qué derecho tienes a comer buena comida, a beber café, a comprar golosinas, cuando la gente se está muriendo de hambre a tu alrededor? Se pregunta Brenan. Y el dramatismo de su descripción de la Córdoba de posguerra se acentúa cuando habla de los miles de mutilados que ve por las calles de la ciudad califal. Más terribles son aquellos que se arrastran por las calles sin brazos o piernas. El Gobierno les paga una pequeña pensión a aquellas personas que perdieron sus miembros en su bando, pero aquellos que tuvieron algo que ver con los Rojos, aunque fueran mujeres o niños, no reciben nada. Y exclama Brenan ante tamaña injusticia ¡Hubieran debido estar viviendo en algún otro lugar cuando estalló la guerra!

Tras referirse al latifundismo andaluz y las consecuencias nefastas de un reparto tan injusto de la tierra, Brenan nos habla del intento fallido de visitar las mazmorras de la Inquisición y de terror que impuso en la ciudad a fines del siglo XV Rodríguez Lucero. En la tarde del 21 de febrero visitó la iglesia de la Fuensanta y, como es lógico, quedó sorprendido de los numerosos exvotos del atrio, pero lo que más le llamaría la atención fue el cocodrilo disecado, quien quizá en un tiempo fuera considerado como un dragón comedoncellas que algún santo caballero al estilo de San Jorge había matado.

Al día siguiente Brenan se dirigiría al sur de la provincia visitando Aguilar, Priego, Cabra y Lucena, en la que, aunque sus palabras nos puedan llamar la atención ahora, nos vimos –afirma Brenan- desde el momento en que entramos en ella sorprendidos por su apariencia de podredumbre y descomposición y por la miserable y famélica apariencia de sus habitantes. Nada que ver con la Lucena actual.

De Lucena marchó a Málaga, la que debió abandonar en el otoño de 1936 y de allí a Granada buscando la tumba de Federico García Lorca. Un libro “La faz de España” que debe ser leído, entre otras cosas, para comprender la terrible huella que la guerra, que perdimos todos, dejó en nuestro país.

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