sábado, 22 de septiembre de 2007

Breve historia negra de Doña Mencía III


Iglesia Vieja
Cargado originalmente por agomezperez7
De nuevo en 1786 Doña Mencía, como muchas otras zonas cercanas, incluida nuestra capital, Córdoba, se ve asolada por una nueva epidemia que producirá más de 70 muertes desde agosto a noviembre de ese año. En esta ocasión el azote es un brote de fiebres intermitentes, llamada de tercianas, ante la cual poco pudo hacerse y que obligaría a señalar una nueva zona para enterramientos en la zona llamada de Las Eras, a las espaldas del Convento de Doña Mencía. Pero veamos algunos aspectos de la Doña Mencía del último tercio del siglo XVIII.


Doña Mencía en el último tercio del siglo XVIII
En 1775 la población de Doña Mencía rondaba las 800 familias, aunque como se expresa en numerosas actas de este período, sólo una pequeña parte de ellos se considerarían como vecinos útiles para hacer frente a las numerosas cargas fiscales de la época. A lo largo del siglo se había producido un importante crecimiento de la población (461 vecinos en 1701), pero este aumento provocó, unido a las continuas malas cosechas, frecuentes motines de hambre -como veremos en un trabajo que tenemos en preparación- en el que los jornaleros se agolpaban en las puertas del Ayuntamiento pidiendo se les socorriera de alguna forma.

Pero además, la situación de las calles y la higiene general presentaban un panorama desolador. A finales de agosto de 1777 se indica en una de las actas de cabildo que las calles del pueblo están desempedradas lo que va en contra de la recta policía y aseo y por ello se acordó que cada vecino debía empedrar la pertenencia de su casa hasta el arroyo para que no se formen remansos en el centro. La mayoría de las calles eran auténticos lodazales en los meses de lluvias y caminos polvorientos en el verano. Y a ello se le sumaba que los fabricantes de aguardiente -más de una decena por esta época- echan a la calle los vinotes y las aguas del refriante produciendo un gran perjuicio en la salud pública por el hedor intolerable que exhalan dichas aguas y vinotes, sobre todo en este tiempo de tan riguroso de calor, por lo que se acordó que se saquen del pueblo dichos líquidos.
Había que cuidar la salud de la población en aquellos meses de verano, en los que las infecciones se extendían con tanta rapidez y es que el verano era la estación más peligrosa desde el punto de vista sanitario y por tanto nada asociada al carácter festivo que tiene en la actualidad.

El cementerio de Doña Mencía estaba, como era frecuente en aquella época, en el atrio de la Iglesia y pocos años más tarde el Convento Parroquial dirige un memorial al Ayuntamiento en el que pide se le ceda un pasadizo que hay en medio de la ermita de las Angustias y la casa de Pedro de Saabedra para hacer un osario, donde se depositen los huesos de los fieles difuntos (ver el dibujo adjunto de Carmelo López sobre Doña Mencía en el siglo XVIII). El Ayuntamiento accede a esta petición pero con la condición que los huesos de los cadáveres se introduzcan enteramente desnudos para evitar cualquier hedor que pueda infestar la vecindad y calles públicas. Habrá que esperar a los comienzos del siglo siguiente para que a instancias de las autoridades francesas se saquen los enterramientos a las afueras de los núcleos urbanos y evitar que fueran focos de infección constante.

El 16 de abril de 1784 es nombrado mayordomo de las fiestas de San Pedro D. Fernando Reynoso, alguacil mayor y regidor, y para las fiestas del Corpus el cabildo decide el 10 de mayo encargarle la organización de las fiestas a D. Antonio María Roldán y Solis, alférez mayor. Pero no estaría el pueblo para muchas fiestas ese año ya que la cosecha de grano de ese año no sería muy buena, por las continuas aguas de este invierno, y, como sigue expresándose en la misma acta de cabildo, lo que es más la uva será muy poca y por consiguiente endeble la cosecha de vino. Tampoco será muy buena la de aceite, se sigue expresando en un acta de principios de julio, y, por todo ello, se decide poner viñadores fieles para evitar los robos de uvas y que no permitan ningún abuso y que los cortadores traigan uva en la mochila, pasa o ceporro. Por lo que se ve, en los años malos la vigilancia se extremaba y no se fiaban ni siquiera de los mismos vendimiadores. Pero a pesar del mal momento el Cabildo autoriza al abastecedor de nieve, natural de Cabra, para que ponga puesto en Doña Mencía, siendo el beneficio principalmente para los pobres enfermos , y el 3 de septiembre se decide nombrar a D. Miguel de Alcalá Galiano como mayordomo de la fiesta de Jesús Nazareno.

La influencia ilustrada en Doña Mencía
Los ecos reformistas de los ilustrados también llegan a Doña Mencía y en abril del año siguiente se recibe una orden real referida a la necesaria reparación de los caminos del pueblo , lo que no era tan fácil de acometer debido a que las arcas municipales estaban vacías, aunque se decide a última hora obtener algunos fondos fijando arbitrios a las mercancías que carguen los forasteros en el pueblo, -en el vino, el vinagre y el aguardiente, principalmente-. Y es que las calzadas, salidas y entradas de este pueblo están bastantemente fatales y el Pontón quebrantadísimo por las piedras de molino que pasan coches y carretas para todo el Reyno de Jaén. ¿Es este el Pontón al que se refiere Montañéz Lama cuando habla de los entierros de la epidemia de cólera de 1834? No estamos seguros pero podríamos pensar que de los cadáveres encontrados junto al Puente -el Pontón como se expresa en esta acta- muchos fueron enterrados allí a raíz del gran brote de 1834, que tanta mortandad produjo en el pueblo. Pero de ello hablaremos en otro número de este boletín.

Pero el Duque de Sessa, señor de la villa, también se imbuirá del espíritu reformista de la época y a mediados de abril enviará desde Madrid una carta al Ayuntamiento de Doña Mencía en la que, instruido y lastimado de las necesidades que han padecido esos mis pobres vasallos, decidirá que todos los jornaleros, que sea posible, se empleen en sus Haciendas, aunque de esto se me sigan algunos mayores gastos. Sorprende el humanismo del señor duque y, además, conocedor del Discurso sobre el Fomento de la Industria Popular de 1774, pieza básica de la legislación ilustrada de Carlos III, en la misma misiva aconseja que en lo sucesivo se establezcan a costa pública alguna fábrica de Paños, bayetas, Gerjas u otras maniobras fáciles de que carezca el pueblo y en donde puedan trabajar bajo techado cuando las intemperies de los tiempos no les permitan salir a los trabajos del campo. Les aconseja que, para la financiación de tales empresas, se podía constituir un fondo público, pero la respuesta de los miembros del Cabildo es clara. Así, con fecha 4 de mayo se comunica al señor de la villa que en el pueblo no había personas pudientes con que establecer el expresado fondo y, además, hubo una experiencia anterior que no fue precisamente ejemplar, pues con motivo de una epidemia de tabardillos -de la que no hemos encontrado referencia exacta del año en que se produjo- sólo se recogieron 133 reales, pero no se desaniman y acuerda que discurrirán y pensarán lo más conforme.


El Procurador Síndico pide la construcción de un hospital en Doña Mencía
Pero la situación social no mejoraba y en noviembre del mismo año, D. Juan Josef Saavedra Peñalosa, Procurador Síndico del Común, especie de representante popular en el Ayuntamiento -otra de las reformas impulsadas por Carlos III para sanear la vida municipal- dirige una carta al Cabildo instándole a construir en el pueblo un Hospital o Casa de Misericordia, teniendo en cuenta el estado infeliz y deplorable en que se halla el pueblo, y para evitar que los pobres, la mayoría de los 800 vecinos del pueblo, sufran los imponderables daños y perjuicios que se dejan ver experimentándolos particularmente en su salud pues por falta de asistencia en sus enfermedades son infinitos los que mueren miserablemente y vendrá a verificarse su total exterminio. El tono empleado por el síndico popular expresa la dura realidad que soportaba la mayoría de los vecinos en los años malos. Además, no debemos olvidar que el número de entierros de este año -82- duplicó la cifra del año anterior, mucho más benévolo. En la respuesta, las autoridades municipales le indican que, teniendo en cuenta los escasos ingresos públicos, promoverán dicha pretensión, que consideran justa y arreglada, ante el Consejo de Su Majestad en el Supremo de Castilla.

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