domingo, 20 de abril de 2008

Con Manuel y Laura en Barcelona, abril 2008

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O el campo o Capri, esas eran las opciones que tenía, me decía Manuel (Manolo) Alguacil y no me gustaba ni una ni otra. Y a los 14 años me vine a Barcelona. A mis padres no les gustó que me marchara de Doña Mencía tan joven, pero no había más remedio. Ya habían emigrado otros mencianos antes que yo, así que cuando llegué a Cataluña, en 1964, al principio me alojé en casa de un paisano. Pero no por mucho tiempo. A las pocas semanas me fui a una pensión, pero en la que sólo tenía derecho a habitación, y cuando terminaba mi trabajo en el bar me iba al cine a descansar ya que no podía volver a la pensión hasta la noche. ¿Le suenan lo de las camas calientes? Lo mismo que viven los inmigrantes que veo por las calles de Barcelona o que ahora trabajan para mí, lo vivimos nosotros hace tiempo. Míralos haciéndose la foto que enviarán a Ecuador para que su familia vea el mar de Barcelona. Lo mismo que hacíamos nosotros cuando mandábamos la foto al pueblo para que nuestra familia viera lo bien que estábamos. De todo ello hablábamos paseando por la Barceloneta o por el Poble Nou. Manolo no ha olvidado algo que aprendió cuando llegó a Cataluña: la generosidad con el que llega, una generosidad a raudales con los de su pueblo. Y salía a relucir nuestro común maestro de escuela: don Juan Muñoz Aranda del que tan buenos recuerdos tenemos los dos. Yo le comentaba a Manolo que siempre me impresionaba la limpieza y el orden de sus cuadernos y la perfecta caligrafía, que tanto le gustaba a don Juan. Todavía algunos se sorprenden de los partes de trabajo que preparo a comienzos de la semana, me dicen que cómo puedo escribir así. Yo debía haber estudiado, o mejor dicho quise estudiar, pero no pude como tantos otros jóvenes de mi edad en la Doña Mencía de principios de los años sesenta. Pero me sigue gustando la lectura –y, ¡cómo no!, en nuestro paseo por la Barcelona medieval salió a relucir La catedral del mar. Y también Vázquez Montalbán. Manolo conoce todos los secretos de Barcelona y nos llevó al restaurante preferido del inventor de Carvahlo, a casa Leopoldo en el corazón de Raval, con bastantes reticencias de Laura por adentrarse en territorio comanche. Y no parábamos de hablar de Doña Mencía, de los cambios que se están produciendo y de la falta de dinamismo económico y cultural del pueblo. Hace poco, el pasado verano, regresó al pueblo y en pleno paseo hacia el Calvario se paraba en las casas de sus familiares a los que no ve desde hace años. Su madre, con más de 90 años, ya no regresará a Doña Mencía, pero Manolo nunca quiere romper los lazos con su pueblo. En la última noche cenamos en el rehabilitado mercado de Santa Caterina, situado en la Ciutat Vella de Barcelona y Manolo nos habló de Miralles, del arquitecto que trazó el proyecto. Y es que a pesar de dedicarse a la construcción, y antes al aluminio, Manolo sigue manteniendo una envidiable inquietud cultural.

Gracias, Manolo y Laura, por pasar juntos unos días maravillosos en la Barcelona de principios de abril.

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