Doña Mencía, junio 1966. De izquierda a derecha: Quico, Vicente Tienda, Antoñín, José Cubero, Joseillo y Domingo.
Yo descubrí el fútbol en
1966. Bueno, casi me atrevo a decir que
Joseillo y yo lo hicimos al mismo tiempo. Habíamos ido juntos
a la escuela de
Don Juan Muñoz –al que no le gustaba nada el fútbol-, y, aunque en el patio jugábamos más al llamado balón tiro que al fútbol, algún que otro recreo se dedicó al deporte rey. ¿Ocurrió de verdad o es una invención mía de 40 años después? ¿Es verdad que
don Amador le dio una bofetada a
Pepe Poyato “Cigarrito” tras pegarle éste una patada? Ya me lo confirmará Pepe la próxima vez que le vea.
En mi casa no había afición al fútbol y no tengo ningún recuerdo de aquella final contra la URSS –CCCP en las camisetas- de 1964 con el famoso gol de Marcelino. Yo descubrí el fútbol en 1966, en mi primer año de Bachillerato, internado en el patronato ¿u orfanato? de la Fuensanta –ya derruido- de la calle Ambrosio de Morales 11, de Córdoba, cuando, junto a Miguel Rasero, “carabueno”, a nuestros padres se les ocurrió que aquel era el mejor alojamiento para poder iniciar en Córdoba nuestros estudios fuera del pueblo. Miguel Rasero y un servidor “caramalo” tuvimos el privilegio de inaugurar el nuevo instituto Séneca.
Allí todo el mundo jugaba al fútbol a todas horas –jugaba hasta Miguel- y los domingos por la mañana en el patio se decidía por sorteo quien podía ir al estadio del Arcángel a ver al Córdoba de Simonet, Navarro, Rubio… con Reina en la portería que -¿se lo imaginan?- estaba en Primera División. Yo lo ví en Primera. Me tocó ver dos partidos: el Córdoba-Real Madrid –con gol de la vieja, es decir de Gento- y el Córdoba contra Las Palmas de Tonono y Guedes. Aquel año el Madrid de los yeýes ganó la copa de Europa con goles de Serena y Amancio contra el Partizán de Belgrado.
Real Madrid, 1966
Y aquel año el mundial se jugaba en Inglaterra. Duró todo el mes de julio y, seguramente, contribuyó a que aquel verano fuese uno de los menos aburridos que pasé en aquella Doña Mencía de los sesenta. Aquellas claras tardes, tristes y soñolientas de los lentos veranos machadianos. Los partidos de España los vimos en el Lagar, sentados en aquellos taburetes de tres patas de olivo junto a los jornaleros armados con su copa y su media botella de vino de los Lama. Allí vimos como Onega –que después jugó en el Córdoba- nos metía uno de los goles de Argentina. A Suiza le ganamos con goles de Amancio y Sanchís –creo que lo marcó con la barbilla-. Ahora no se habla de la furia española, pero durante mucho tiempo parecía que eso era lo único que teníamos. Y después vino Alemania, la de Beckenbauer –el Kaiser-, Overath y Uwe Seeler (que a pesar de que estaba calvo todavía cabeceaba de manera magnífica). ¿Cómo pudo marcarnos Overath aquel gol?
Overath
Y fuimos eliminados. Pero quedaban buenos partidos de fútbol: el Argentina-Inglaterra -con la dudosa expulsión del capitán argentino- lo vimos en el bar la Rata que coincidió con el Corea-Portugal, de cuya evolución nos llegaban noticias: 0-1; 0-2; 0-3 a favor de Corea hasta que Eusebio empezó la cuenta marcando cuatro goles seguidos –el último lo marcó Simoes-. ¿Era posible en un mundial superar un 3-0? Con Eusebio “la perla negra” en el campo todo era posible. Aunque en la semifinal contra Inglaterra –este nos tocó de nuevo en el Lagar de Lama- fue Bobby Charlton quien se llevó el gato al agua. Nota: en aquella selección inglesa jugaba un futbolista cuya fama ha perdurado por la cantidad de patadas que daba en un partido. Se llamaba Stiles. Y llegó la final Inglaterra contra Alemania. No recuerdo ver el partido entero. Creo que lo vimos en el bar de la Plaza, en el bar por antonomasia del pueblo, en el que se podía ver la televisión desde la calle. Y vino aquel gol fantasma que nunca entró. Y perdió Alemania. Esperemos que también pierda hoy y sin que le marquemos ningún gol fantasma. En todo caso si ellos lo marcan, que no les pase como en aquel 30 de julio de 1966 en Wembley.
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