domingo, 10 de mayo de 2009

Testimonio de Rafael Muñoz Moreno

Rafael no figura en la lista de detenidos que hemos adjuntado más arriba. Él llegó a Doña Mencía, como nos cuenta más abajo, a principios de febrero de 1939 y más tarde, como muchos otros mencianos, sufrió los horrores del batallón de Trabajadores de San Roque. Esto es sólo un fragmento de las varias conversaciones que he mantenido con él quien, a pesar de su sordera y de los años, sigue dando ejemplo de vitalidad y de una generosidad a raudales. Su testimonio, del que este fragmento es sólo un avance, es un ejemplo de sufrimeinto de aquella de generación de españoles que la guerra civil marcó para siempre.
“El final de la guerra nos cogió en Villastar, cerca de Villaespesa, en la Muela de Teruel. Había quien lloraba cuando se enteraron del fin de la guerra. Tuvimos que entregamos y nos llevaron presos una semana a la plaza de toros de Teruel. En la arena estábamos como los guarros tirados al suelo. Tanto la arena como el anillo estaban abarrotados de prisioneros a los que nos daban de comer algunos pedazos de pan y una lata de sardinas. Desde allí nos llevaron en camiones a Zaragoza, aunque nos descargaron en Calatayud. Allí pude escapar y coger un tren para Doña Mencía”. Tras un viaje lleno de dificultades Rafael, junto a Conejo y el Rubio Majito llegan a la estación de Doña Mencía a principios de febrero de 1939. “Al día siguiente fui al cuartel –había cuatro o cinco falangistas en las cocheras de Sánchez y la gente nos recibió malísimamente-. Dimos un rodeo por la calle Recodos hasta llegar a José Antonio en la calle La Virgen –en los Poyatos- donde nos tomaron declaración. En aquel momento había de 20 a 25 detenidos. Desde allí se los llevaban a la cárcel, a Cabra, a Montilla o a Córdoba. A Antonio Muñoz y a Manuel Quince se los llevaron a Cabra. Después vendría lo de San Roque. Tras estar detenidos varios días, de tres en fondo nos llevaron a unos 89 mencianos hacia la estación. El 1 de enero de 1940 nos metieron en unos vagones de carga que pasaban a las 12 horas. El destino fue San Roque, en un cerro que hay entre San Roque y la estación. Allí estuve ocho meses, aunque cuatro de ellos los pasé en la enfermería. Eugenio Moreno Rosa nos decía que allí había que estar calladitos. Todas las noches se llevaban a alguien para ejecutarlo y había duros castigos para quien se saltaba las normas”.

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