jueves, 5 de julio de 2007

El Pilar de Abajo

Situado en las afueras del pueblo junto a la antigua carretera de Doña Mencía a Baena y al lado del manantial de agua del mismo nombre, este lugar debió ser habitado desde época romana, ya que son numerosos los restos que se encuentran en sus inmediaciones –Cerro de las Pozas, Perrilla Cadena, Horcajo y otros-. Seguramente que, a lo largo del siglo XIX, por las numerosas alusiones valerianas, y en épocas anteriores, el paseo del pueblo iba desde la antigua Iglesia dominicana hasta la fuente del Pilar de Abajo, lo cual no es nada extraño, pues los antiguos manantiales han sido centros de reunión social desde siempre. Una frondosa alameda adornaba el paseo que llevaba al pueblo, sorteando el arroyo de La Salina por un viejo puente de ladrillo ojival de un solo ojo, hoy desaparecido, y los arrieros con sus reatas de mulos y jumentos, la chiquillería con sus juegos y las jóvenes del pueblo, con el cántaro de la cadera, daban vida a unos de los rincones más frecuentados de Doña Mencía.

Al lado del Pilar, donde abrevaban los animales, estaba el lavadero, cercado por un muro y ajeno a las miradas de los varones tras la puerta que se cerraba para guardar la intimidad del trabajo femenino. Allí, las mujeres del pueblo lavaban la ropa sumergiéndose hasta la cintura en la pequeña alberca y remangándose sus enaguas. Por contraste, hoy ya no es aquel lugar idílico, que tanto gustaba a Valera, aunque se puede visitar todavía el antiguo pilar y lavadero. Y allí también estaban las huertas del Duque, según consta en las relaciones del Catastro del siglo XVIII.

Valera ironizaba en su obra Las ilusiones del doctor Faustino sobre la excesiva familiaridad con que los mencianos trataban a su santo patrón llevándole, cuando no llovía, a una fuente que llaman el pilar de Abajo, y zambulléndole allí para que lloviese. Allí también, a la milagrosa fuente del Ejido, iba en numerosas ocasiones Juanita la Larga, a llenar su cántaro del caño que vertía un chorro tan grueso como el brazo de un hombre robusto, siendo tal la abundancia del agua, que con ella se regaban muchísimas huertas y se hacían frondosos, amenos y deleitables los alrededores de Villalegre...

Más adelante, Valera en la misma obra, Juanita la larga, y al referirse a la calidad del agua, nos dice que era exquisita por su transparencia y pureza, como filtrada por entre rocas de los cercanos cerros y tenía muy grato sabor y salubres condiciones. Además, la gente del pueblo le atribuían algunas cualidades prodigiosas, calificándola de muy vinagrera y de muy triguera... y... el arriero que compraba en Villalegre vinagre de yema, por lo común muy fuerte, llenaba sólo dos tercios de la calidad de la corambre, y la acababa de llevar por la mañanita temprano, antes del emprender su viaje, mitigando y suavizando con el agua de la fuente la fortaleza y acritud del líquido...

Y junto al albercón del lavadero y al lado de la fuente del pilar de Abajo, nos sigue diciendo Valera, había pollos hechos de piedra y de barro y cubiertos de losas, en los cuales suelen sentarse los caballeros y las señoras que salen de paseo... Allí se juntaban todos, las fuerzas vivas del pueblo, el escribano, el boticario, el cura, y Don Paco el secretario, y el pueblo entero ...y en torno del Pilar charlan las mozas que vienen por agua, cada cual con su cantarillo... Y el ambiente nos lo describe magníficamente Valera cuando dice que se pone a secar la ropa lavada, se extiende y dilata la tertulia democrática y popular con mucha charla, risotadas, jaleos y retozos, pues no faltan nunca zagalones y hasta hombres ya maduros que acuden por allí atraídos por las muchachas como acuden los gorriones al trigo...

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