Disponemos de un documento que puede ayudarnos a conocer mejor cómo era nuestro pueblo a comienzos de siglo. En un informe solicitado por la Inspección General de Sanidad se responde a un cuestionario amplio y en él se nos dice, entre otras cosas, que “exceptuando algunas calles arrecifadas por formar parte de una carretera”, la mayoría de ellas están empedradas y la “limpieza de la vía pública se efectúa por los vecinos, menos en la plaza principal y de abastos”. Además, “una sexta parte de las mismas cuentan con alcantarillado que desagua en las afueras de la población, existiendo algún pozo negro, cuya extracción se efectúa a brazo... La inmensa mayoría de los excrementos son mantenidos en el corral de las casas en unión de las basuras, desperdicios de cocina, aguas sucias, orines, etc., y cuando se reúne cantidad suficiente es transportada en serones por caballerías al campo donde se utilizan como abonos de las tierras de labor”. Y es que como “pueblo esencialmente agrícola la inmensa mayoría de las casas cuentan con cuadra para albergue de animales cuyo estiércol es utilizado en el campo”. Y respecto a los edificios del pueblo, estos están en “medianas condiciones higiénicas los de la clase pudiente y en detestables condiciones los de la clase pobre por su falta de ventilación y limpieza y excesivo hacinamiento y principalmente por la forma de evacuación de las escretas”. Sólo había en la Doña Mencía de principios de siglo tres escuelas públicas –que podemos ver en el mapa de 1892-, la de párvulos, calle Reñidero, “se encuentra en aceptables condiciones higiénicas en lo que se refiere a iluminación y capacidad para cada alumno”, mientras que las otras dos, instaladas en el Castillo (ver mapa), tienen locales “insuficientes por su falta de capacidad, iluminación, ventilación, retretes, etc.”.
También se refiere el informe al lavadero público, junto al Pilar de Abajo, al que califica de “amplio, suficiente y con agua abundante estando protegido contra los vientos reinantes por muros de tres metros de elevación”, al cementerio, “situado al Norte y a la distancia de unos quinientos metros aproximadamente de esta villa” y al matadero, “situado en el Este de la población –en la actual casa de la Juventud- y reúne condiciones higiénicas aceptables por tener un suelo con revestimiento impermeable, ventilación suficiente y agua abundante”.
Más tarde apunta que durante el último quinquenio se han “sacrificado para el consumo en esta población el siguiente número de reses: vacuno 50; lanar 3900; cabrío 550 y de cerda 1500”. Y respecto al mercado, nos dice el informe que estaba “establecido en la plaza pública situada en el centro de la población y al aire libre y aunque dicho lugar es barrido diariamente por un empleado municipal, sin embargo, quedan residuos de materia orgánica que entran en descomposición y hacen que no reúna las debidas condiciones higiénicas”.
En Doña Mencía todavía no se conocía el agua corriente y la población se abastecía de dos manantiales. En uno de ellos, -el del Pilar de Abajo- el agua es recogida en el mismo nacimiento “cuyo trayecto y procedencia son desconocidos”, y el otro “recorre un trayecto de 500 metros y desagua en una fuente en el centro de esta villa”. No se cita, lo cual es extraño, la fuente del Pilarito, que sí aparece en el mapa y está documentada desde el siglo XVIII.
También se hace referencia en dicho informe a las actividades industriales del pueblo y, aunque no se alude a las bodegas –aunque sí a los extensos viñedos-, se señala en el mismo que había una fábrica de jabones y otra de aguardiente y 23 fábricas aceiteras, “en general con mejores condiciones higiénicas que las casas particulares por ser edificios amplios y ventilados, tener suelos impermeables y estar dotados de agua abundantes”. La mayor parte de los campos estaba dedicada al cultivo de cereales, aunque el olivar y el viñedo tenían cada vez más importancia y en el término se producían “trigo, cebada –todavía se conserva milagrosamente alguna de las antiguas eras-, habas, garbanzos, lentejas, aceite, vino, algún ganado y otros productos en cantidades pequeñas... El término medio de la producción de trigo es de 4.100 quintales”. Y respecto a los viñedos, éstos “producen por término medio 320 mil litros de buena calidad estimándose el promedio anual del consumo de este caldo en 20 mil litros”. El consumo de vino suponía, en años de escasez, un buen aporte de calorías y el alcoholismo, continúa el informe, “se practica en forma moderada; esto no obstante, aunque escaso, se registran algunos hechos punibles atribuibles al alcoholismo”.
También el informe comenta las características del agua de consumo y de las enfermedades que afectaban a la mayor parte de los mencianos de la época. En el año anterior –1911- se dieron 20 casos de paludismo y en los últimos 5 años se produjeron algunos casos de sarampión y de viruela “cuya enfermedad fue detenida en su desarrollo por las acertadas (sic) medidas de las autoridades al ordenar una escrupulosa vacunación y revacunación”. Y cuando se habla de otras enfermedades se dice que “en esta villa padecen de infección sifilítica unos 16 individuos, cuya enfermedad ha sido contraída casi sin excepción fuera de la localidad, en lo que se refiere a los varones que son la mayoría y algunos de éstos han contaminado a sus mujeres al casarse... “. Incluso al final se anota que no existen leprosos, sólo una mujer de 50 años afecta de cáncer de mama, un sordomudo de 15 años, 3 ciegos, y 2 individuos “privados de la razón”.
En fin, como hemos podido observar, el informe es un buen retrato de la Doña Mencía de 1912 y, a través del mismo, hemos podido constatar cómo las cosas no habían mejorado mucho respecto a épocas anteriores y, desgraciadamente, vivir en aquel momento suponía soportar un modo de vida todavía anclado en el pasado. Habrá que esperar a los años 50 y 60 para que las condiciones materiales de la mayoría de los españoles mejoren notablemente.
El informe, obviamente, no entra en consideraciones de tipo social, pero al referirse a la alimentación apunta que la del obrero agrícola, la mayoría del pueblo, “es deficiente, cuya definición llega a un grado lamentable en los períodos de paro que se repiten varias veces al año, bien por lluvias o escasez de trabajo... y difícilmente este obrero puede reunir con su ganancias anuales la suma de 450 pesetas”. En general, la dieta de la época estaba basada en alimentos de origen vegetal, “entrando la animal en circunstancias excepcionales”, ya que, los que podían, mantenían algún cerdo en su casa para asegurar el sustento de carne en los meses de invierno. En todo caso, en la clase media del pueblo –no sabemos a quien se incluye aquí, sobre todo teniendo en cuenta las abismales diferencias sociales de la época- “la alimentación es más abundante y suficiente, pero poco mejorada en calidad”. Y, ¿cuál eran los alimentos básicos en la mayoría de la gente? Los de siempre. “El pan, el aceite, el vinagre y algunos condimentos combinados en mil formas ingeniosas constituyen la base de la alimentación, si bien por la tarde –como se hacía hasta muy entrados los años 50 entre las gentes del campo cuando volvían al pueblo- suelen tomar el potage, algunas legumbres como habas, habichuelas, etc., etc., y excepcionalmente el clásico puchero”.
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