martes, 27 de noviembre de 2007

Noticias sobre una agresión sexual

Todo ocurrió en la noche del 6 de octubre de 1807 en las viñas de la casería de D. Diego de Alcalá en El Puntal, ya en el término de Cabra. Hasta allí se habían desplazado Teodosio, Vicente, Francisco y Juan junto a otros jornaleros de Doña Mencía. Y en aquel paraje también poseía un pequeño viñedo don Manuel de Ojeda que él mismo cuidaba. No se llevaron ninguna sorpresa, pues las inclinaciones sexuales del don Manuel eran de dominio público y así lo ratifican en sus declaraciones, pero lo que no imaginaban es que los cuatro saldrían heridos en la refriega que mantuvieron con él, lo que les obligó a volver al pueblo. Y allí alguien pasó la información al Corregidor que de inmediato tomó cartas en el asunto.

El auto cabeza del proceso se inicia por el Corregidor de Doña Mencía, Juan de Yarza y Marín, el 10 de octubre, pues le han llegado noticias de que cuatro hombres vecinos del pueblo de su jurisdicción se hayan heridos de resultas tal vez de quimera. Una vez practicadas las diligencias oportunas, el alguacil mayor, don Fernando Rodríguez, comunica que los heridos son Teodosio de Navas, de 27 años, Vicente Moreno, de 28 años, Francisco Navas, de 30 años y sobrino de Teodosio, y Juan Borrallo, de 23 años, todos trabajadores del campo que, como en años anteriores, una vez vendimiados los parajes de Camarena, marcharon al Puntal, a las viñas de don Diego de Alcalá. Pero aquella vendimia no la olvidarían tan pronto. Y es que en los pequeños pueblos las noticias circulan con inusitada rapidez, sobre todo si hay sangre por medio. Y además de sangre, en esta había sexo. Ya estaban juntos todos los ingredientes para que en el pueblo se supiera, o se inventara, lo que ocurrió en el Puntal entre los cuatro jornaleros mencianos y don Manuel.

Desconocemos quién era este don Manuel de Ojeda y Martos. Sólo sabemos que era de Castro de Río y que tenía una viña en el término de Cabra junto a las de don Diego de Alcalá. En el expediente siempre se utiliza el don para referirse a él, lo que indica que sería un individuo bien situado económicamente y con cierto rango social. Pero no consta su declaración, por lo que sólo tenemos la versión de los cuatro jornaleros y de alguno más que es citado por éstos. Y tampoco sabemos el final del proceso, pues el delito que se denuncia es un delito grave, "el detestable crimen, vergonzoso y contra natura" según expresión de 1625, y no sabemos si el tribunal de la Inquisición metió cartas en el asunto. Siempre hubo una cierta indulgencia, sigue diciendo Bennassar, en lo referente a los pecados de carácter heterosexual entre personas no casadas, pero con la homosexualidad, la reprobación es prácticamente general y la represión es firme.

Pero veamos lo que ocurrió aquella noche. Y no se escandalice el lector o lectora, pues las declaraciones están llenas de un exagerado verismo y conviene en algunos casos transcribirlas textualmente. Al primero que se le toma declaración es a Teodosio de Navas, que tuvo, ahora lo veremos, mayor protagonismo que el resto en todo lo que aconteció. Está herido, nos dice, con dos puntazos o pequeñas puñaladas una en el brazo derecho y otra en el izquierdo y quien lo hirió fue don Manuel de Ojeda y Martos, vecino de la villa de Castro del Río, la noche del seis del corriente en el sitio del Puntal en las viñas de la casería que posee don Diego de Alcalá, de Doña Mencía, con una balloneta o cuchillo. Teodosio estaba vendimiando en dicha casería con otros jornaleros y allí estaba también don Manuel cuidando de otras viñas de su propiedad, cuando en la noche del 6 de octubre, una vez que hubo cenado, el aperador o capataz le mandó para que fuese con otro cortador a vigilar las viñas. Y saliendo de la casería -a partir de aquí la cita es textual en su integridad- se le presentó el don Manuel de Ojeda muy placentero diciéndole que lo quería mucho y que aquella noche se habían de divertir en las viñas y otras palabras equívocas que no entendió por entonces el declarante. Y siguiendo el camino a poca distancia el don Manuel se descubrió sus partes diciendo a el declarante si sus testículos eran del tamaño de los suyos, a lo que le respondió que él tenía lo que Dios le había dado, extrañándose de aquella obscenidad el que declara. Le contestó el don Manuel diciéndole que no fuese tonto, que no tuviese cuidado, que cualquier hombre que con él había tenido algún acto lo había querido mucho y lo había regalado muy bien. Y aquí sale a relucir el orgullo del humilde que mantiene su honra por encima de todo. El declarante le respondió -continua la declaración de Teodosio- que no quería nada suyo y que con su pobreza tenía lo necesario para vivir honradamente. Entonces el don Manuel le dijo que se iba a cenar a la casería y que después volvería y se divertirían, que no fuese tonto y que en aquellas viñas y en el sitio del Portillo lo esperaba.

Teodosio había oído hablar de don Manuel de Ojeda y más tarde cuando se le pregunta que si sabía que éste había tenido ese detestable vicio con algunos hombres o tenido chanzas o palabras lujuriosas con él u otras personas de su sexo, responderá que ya había oído entre la gente del campo que se arrimaba muy bien a los hombres que a las mujeres, aunque lo ha visto pocas veces y desconoce que hubiese tenido trato con otras personas. Pero en esta ocasión si va conocer cómo se las gastaba el don Manuel aprovechándose de su mejor posición social.

Cuando Manuel de Ojeda se marchó, Teodosio se quedó -así consta en la declaración- reflexo o comprendió que con él quería cometer algún pecado de sodomía. Y no tardó mucho tiempo en comprobarlo, pues media hora más tarde oyó un pito extraño y figurándose fuese alguna gente que venía a hurtar uvas se llegó donde sonaba y vio a don Manuel tendido en el Portillo y se fue hacia el declarante dándole abrazos y besos, lo que procuró evitar dando de empellones y retirándolo de sí. Pero don Manuel no cejó en su empeño y dijo que volvía a la casería por los trastes de encender y breve rato volvió con las mismas pretensiones de abrazar y besar a lo que volvió a oponerse el declarante y viéndose oprimido y que el don Manuel tenía en la mano un arma blanca corta le dio un palo en el brazo donde la tenía y entonces oprimiéndole contra la cerca o vallado de las viñas en este conflicto dio voces. Y entonces acudieron los demás, su sobrino Francisco de Navas, Vicente Moreno y Juan Borrallo. Todos saldrían heridos en la refriega que se armó, incluso el último de los citados que llevaba una escopeta debajo del brazo y que desaparecería entre las vides. Don Manuel marchó a la casería y los otros regresaron al pueblo para curarse. Así, Teodosio cuenta que ha sido su mujer quién lo ha curado con aceite de hipericon y que no dio parte a la justicia porque las heridas son leves.

Las declaraciones de los otros tres protagonistas de la pelea no añaden nada nuevo a lo ya contado por Teodosio. Todos afirman que habían oído que a don Manuel le gustaban más los mozuelos bien parecidos que los feos y las mujeres y que había solicitado a muchos, pero sólo uno de ellos da el nombre de dos mozos que han tenido un inicuo trato de esa naturaleza. Y a ellos se dirige la justicia acto seguido, no sin antes decretar el Corregidor que los implicados en la quimera sean examinados por el cirujano, Josef de Moya, y guarden carcelería en la villa y sus arrabales y si la vulneran serán trasladados a la cárcel pública.

Pero veamos ahora lo que declaran los dos mozos citados: Pedro Rodríguez, hijo de Manuel, y Joaquín Urbano, hijo de Félix. El primero nos cuenta con todo detalle cómo fue el azaroso viaje que hizo junto a don Manuel de Ojeda camino de Cabra durante el año anterior pues en el trayecto le tuvo unas conversaciones muy deshonestas a las que no descendió y al poco rato le pidió al joven que se subiera a la grupa de la yegua detrás de él y que en efecto montó en la tal yegua detrás de don Manuel y a poco empezó a decir este: ¡Que me ensarta! ¿Qué me abujerea! La sorpresa del mozo fue mayúscula pues no entendió este lenguaje y se tiró con prontitud al suelo abochornado y no quiso volver a montar con él aunque se lo propuso varias veces. También don Manuel habló con el padre del chico para que fuese éste a su casa a servirlo a la villa de Castro del Río, pero un mozo o sirviente de don Manuel le aconsejó que no hiciera tal cosa por Dios ya que forzaba a los hombres y tenía mala fama en Castro, por lo que se negó a ir a servirle. Pedro también cita el nombre de otro joven, Julián de Montes, que una noche quería el don Manuel atraparlo mas se valió de los pies y lo dejó burlado, pero del que no consta ninguna declaración en el sumario, pues es soldado miliciano del Regimiento de Bujalance y se halla fuera de Doña Mencía.

El otro joven, Joaquín Urbano, nos cuenta a su vez que durante el verano pasado yendo de noche con las mulas para llevar grano a Castro en compañía de don Manuel, por el camino éste empezó también a querer mantener conversaciones deshonestas preguntándole si tenía novia y si la había fornicado o a otras mujeres y que el estar con las mujeres era una gran porquería, que el gusto de los gustos era estar con un hombre. Joaquín le pidió a don Manuel que callara y que él no trataba de aquellas cosas, negándose a subir con él en su caballería, amenazándole que si le apretaba a ello lo dejaría sólo con las bestias.

No sabemos mucho más de don Manuel de Ojeda, pues no consta ninguna declaración suya en el sumario. Habría que averiguar qué parte de verdad existe en las declaraciones que hemos leído y sopesar hasta qué punto exageraban sobre las tendencias sexuales de don Manuel para exculparse ellos de lo acontecido durante aquella noche del 7 de octubre en el Puntal y todo ello sabiendo que la homosexualidad estaba considerada como un grave delito. ¿Envió el corregidor de Doña Mencía alguna comunicación al de Castro sobre la conducta sexual de don Manuel de Ojeda y Martos para que continuara con el proceso? No sabemos nada de ello. Sólo tenemos constancia de que el día 20 de octubre los mencianos heridos en la refriega estaban ya sanos y podían salir de nuevo a trabajar fuera del pueblo.
Ilustración: Carmelo López de Arce Ballesteros.


Añadimos una de las páginas del expediente conservado en el Archivo Histórico Municipal de Doña Mencía

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