sábado, 1 de diciembre de 2007

El crimen del estanco, 1725 (I)


1725 Arcabuzazo contra
Cargado originalmente por agomezperez7
Ocurrió en la plazuela del Llanete, entre las ocho y las nueve de la noche del 1 de abril de 1725, pues ya habían tocado las ánimas, declarará uno de los testigos. El cadáver de Julián de Luna, vecino del pueblo aunque natural del Priego, apareció cubierto de sangre junto a las puertas del estanco de tabaco y pólvora, al pie de la imagen del Cristo de las Penas. Había muerto de un arcabuzazo que le atravesó el corazón, disparado, según todos los indicios, por don Manuel Isidoro Fernández, el estanquero y maestro escuela del pueblo. Junto al cadáver se encontraron dos pistolas cargadas, uno en el cinto y otra debajo del cuerpo, y un puñal.

El alcalde y juez ordinario, don Diego Alfonso Valera Roldán, tan pronto como tuvo conocimiento de los hechos se dirigió, acompañado del escribano, a la plazuela del Llanete donde pudo comprobar que el fallecido era el hijo de la tía Luna. Había muerto al ...parecer de una arcabuzazo que tenía en los pechos próximos de la tetilla izquierda donde había tres agujeros que parecían ser de una bala y de postas... Se ordena la búsqueda del principal sospechoso, el estanquero y maestro escuela don Manuel Fernández, que sus bienes sean embargados y que el cadáver se traslade a su vivienda para que allí lo examine el cirujano de la villa.

Don Manuel Fernández no se había escondido en su casa y, buscado en todas las partes públicas y secretas de la villa, tampoco se refugió en el Convento Parroquial de nuestra Señora de Consolación del pueblo. Hasta allí se había retirado el principal testigo de lo sucedido que no era otro que Miguel de Vera, dueño de la casa donde estaba instalada la escuela de primeras letras que impartía don Manuel Fernández. De ese asunto, declararía a la justicia, quería hablar con don Manuel aquella tarde, de la renta que le abonaba por la clase de primeras letras.

La esposa del estanquero, le dijo que su marido había salido a dar un paseo. Estuve esperando un rato –añadirá Miguel de Vera desde una de las celdas del convento- y saludé a un matrimonio forastero que con un niño en brazos estaban sentado al calor del fuego del hogar. Cuando ya me iba, después de beber un vaso de agua, vi apostado en la esquina del estanco a Julián de Luna, a quien reconocí a pesar de que iba embozado. Pasé junto a él y al emparejar con la imagen del santísimo Cristo de las Penas, que está en medio de la plaza, me hinqué de rodillas para rezar un padrenuestro y un avemaría. En ese momento vi venir desde la plaza del Pradillo a dos hombres: uno de ellos era don Manuel Fernández y al otro no lo reconocí. Al llegar ambos hasta donde estaba Julián de Luna, éste les dijo adiós y don Manuel le correspondió. Seguidamente Julián dijo -Dígame pues para qué ha tenido que enviar por un frasco a mi casa, a lo que don Manuel airado respondió: -¡usted me viene a provocar! Julián hizo un gesto con la mano, al tiempo que decía: -¡Ahora verás pícaro!-. No recuerdo bien lo que sucedió después ya que estaba muy oscuro. Oí un enorme arcabuzazo y pude ver cómo se derrumbaba el cuerpo de Julián a la vez que exclamaba -¡Virgen Santísima de la Cabeza! Don Manuel y su acompañante huyeron por la calle que llaman del Sacramento y yo, aturdido por la desgracia, me vine a refugiar al Convento donde me encuentro hasta que se aclare este asunto.

Miguel de Vera, había sido el único testigo ocular de los hechos. No sabemos si era el miedo a verse implicado directamente en lo sucedido o el que tuviera algo que ver de verdad en la muerte de Julián fue lo que le impulsó a refugiarse en el convento del pueblo. Ninguno de los vecinos a los que se le pidió declaración vieron nada. Solamente oyeron el arcabuzazo, el ruido posterior de la gente y los gritos de la madre que acudió con prontitud a la plazuela.

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