jueves, 12 de noviembre de 2020

 VAE VICTIS! Ay de los vencidos. Doña Mencía 1900-1950

10 Biografías de represaliados mencianos. Letra A (I)

Alcaide Redondo, Alejandro III

El cura párroco don Juan Navas Barba presenta en el proceso un largo documento manuscrito ordenado en cinco apartados. En lo que se refiere a su conducta privada puede decir que fue buena, tanto como padre como esposo, y lo confirma al haberse alojado en casa de un pariente suyo. Respecto a su conducta profesional, cumplió como buen profesor en la escuela que tenía asignada enseñando las disciplinas de la instrucción primaria “menos la doctrina e historia sagrada que como todos sabemos estaban excluidas del plan educativo de la nefanda república” y termina precisando que, haciendo justicia, “los chicos de su escuela eran de los más adelantados”. En el apartado sobre la conducta cívico religiosa del maestro manchego alude a la función religiosa que incluyó en el programa de la fiesta de Jesús de 1935, de la que ya hablamos en el capítulo sobre la II República, y a la valentía de bautizar a su hijo durante la huelga de abril de 1936, precisando al final que puede afirmar que no era “un católico ni menos un ateo, sino un indiferente” que se dejó llevar y halagar por algunos. Sobre su conducta política precisa que aunque lo ha considerado en otras ocasiones como “político de extrema izquierda y como hombre exaltado” no lo hizo con la claridad necesaria” porque ahora afirma que “el izquierdismo del señor Alcaide que nos ocupa no lo consideré como sinónimo de asesino, criminal o ladrón como ha sido el izquierdismo de muchos malos españoles, sino como los que entendían que ser izquierdista era protector del pobre y hombre exaltado no significa como se ha repetido ser capitán de forajidos sino hombre vehemente en las consecución de la justicia social tan conculcada en los tiempos de nuestro difunto liberalismo político”. 

Y lo ratifica afirmando que en las conversaciones mantenidas entre ambos y al referirse a la condición de los obreros y al exponerle el sacerdote “las doctrinas de la Iglesia concretadas y expresas en las encíclicas de SS León XIII me contestó: esa doctrina la suscribo yo”. En su parte final, relativa a su comportamiento a partir del 18 de julio, alude a que “tuvo simpatías entre el elemento obrero comunista que pudieron ver en él un defensor de sus aspiraciones” por lo que fue nombrado “jefe de la mesnada de milicianos que con heterogéneas armas se disponía a defender el pueblo de un asalto fascista”. El cura dice que no puede informar si participó en alguna detención y detalla cuando don Alejandro acompañado del republicano Antonio Muñoz y otros se presentaron en su casa diciendo: “venimos a que su persona y su casa sean respetadas, si Vd tiene armas nos las da porque nosotros tenemos que defender la república. No tema por nada porque nosotros procuraremos que no haya ni el menor atropello”. El religioso les dijo que él no tenía armas y “dándome la mano de amigo dijo a los que le acompañaban: ¡Señores don Juan no es capaz de engañarnos, respetemos su persona y su casa! y se marcharon. A los cuatro o cinco días ya no podían controlar a los mozalbetes , se dedicaron a cometer algunos atropellos constándome por personas de mi crédito que el Sr Alcaide protestó y censuró tal conducta”. Y termina su texto de aval haciendo constar en abono del maestro de Almagro “que la autoridad que pudo ejercer en sus milicianos y la de algún otro republicano fueron los instrumentos que pudieron evitar que en doce días de dominación roja no ocurriese en el pueblo el menor incidente de consecuencias desagradables como ocurrieron en otros pueblos de menor significación comunista que Doña Mencía”. 

Texto extraído del aval que el párroco de Doña Mencía, Juan Navas Barba, presenta sobre la conducta de Alejandro Alcaide Redondo. Firmado: 15 de julio de 1940. Fuente: TMTSS. SS. Nº 1919/39. Leg. 529. Nº 18143. Folo. 59. .
 

La religiosa del Colegio de Cristo Rey, ubicado en el antiguo castillo, en la carta que envía a don Alejandro le agradece que en varias ocasiones “durante la desgraciada república” siendo éste el responsable de la inspección del colegio, como presidente de la Junta Local, “como sabía que íbamos a sufrir no vino sino que nos mandaba un oficio pidiendo el número de niñas fiándose de nuestra veracidad cosa que le agradecemos mucho”. También dice en su favor que como la clase del maestro “tenía está tabique por medio de este colegio, se le oía muy bien dar las explicaciones de todas la asignaturas, pero nunca se le oyó hablar nada contra la religión”.

Juan Navas Jiménez refiere cuando don Alejandro se presentó en su casa para que le entregase la escopeta, la cual le sería devuelta cuando el maestro se marchó del pueblo, afirmando que se iba porque “si no lo asesinarían a él primero por haber evitado los registros y detenciones”. Le dijo a Juan Navas que podía mandar a que recogieran de su casa la escopeta que se llevó y esta “conversación la efectuó al mismo tiempo que lloraba”. “En otra ocasión” -afirmó- “en que fue detenido al enterarse éste de dicha detención influyó para que lo pusieran en libertad y así lo hicieron”. En efecto, Juan Navas Jiménez no sería detenido -o solo lo fue en su casa como lo afirma en otra ocasión-, como tampoco lo fue Agustín Vergara Tortosa, quien en su declaración como testigo afirmaría “que cuando iban a detenerle un grupo de milicianos armados de escopetas se acordó del citado Alejandro Alcaide Redondo”. Avisado éste por un guardia municipal se presentó en el domicilio y les dijo “a los que iban a practicar la detención que no la llevaran a efecto puesto que el dicente se encontraba algo enfermo y que lo mismo quedaría preso en su casa que en …. (ilegible) y aunque no muy contentos se marcharon”. También refiere que en otra ocasión el maestro se presentó en su casa para prevenirle que ya no podía sujetar a los obreros que querían cometer toda clase de desmanes y le estuvo proponiendo la fuga saltando por los patios de las casas contiguas caso de que fueran a detenerlo”.

Otro de los que no fue detenido en Doña Mencía durante el dominio de los leales a la República fue el propietario de 49 años que vivía en la calle Bendición, Francisco López Jiménez, quien también avalaría a don Alejandro al que fue a visitar “en los primeros días” ofreciéndole la seguridad que nada le ocurriría “a pesar de que habían intentado detenerlo para evitar lo cual hubo de sostener el procesado altercados con los obreros que lo intentaban”. El médico José Sánchez González también hizo una defensa encendida de don Alejandro -que no nos explicamos todavía cómo pudo concitar tanto respeto y aprecio por parte de las gentes del derechas del pueblo y al mismo tiempo ser considerado un líder también reconocido por los obreros- y en su declaración hace referencia al momento más delicado y tenso que se vivió en Doña Mencía en esos días y que todos los datos hacen pensar que fue el 28 de julio, poco antes de ser liberados definitivamente. El médico José Sánchez reconoce, en primer lugar, que don Alejandro ha defendido de modo incondicional a las personas de derechas y alude a dos momentos vividos por él que fueron críticos, sobre todo el segundo. En la primera ocasión, que solo sería una confusión producto del momento, cuando iba a visitar a un enfermo acompañado de dos municipales y “al verlo el procesado creyendo que iba detenido hizo saber a los referidos municipales que al declarante no podía molestarse”.

Los últimos cuatro avales que figuran en el proceso corresponden a Francisco Blasco Vizcaíno, Francisco Salamanca Arrebola, Francisco Campos Roldán y Jorge Urbano Cantero. El primero de ellos, Jefe Local de Falange, como hemos citado en varias ocasiones, hace ahora un informe positivo de su compañero al que ensalza señalando su “buena conducta privada y profesional excelente”, y añade, eso lo ha oído decir, “que frenó cuanto pudo las ordas (en el original) del pueblo” y que, “según parece” su domicilio no fue registrado, entonces se encontraba ausente, precisa, “gracias a la actuación del referido don Alejandro”. Tanto Francisco Salamanca Arrebola, comerciante, como el hacendado Francisco Campos Roldán, sí serían detenidos. El primero declara que le entregó una pistola “ante los reiterados registros de la canalla que imperaba en esta población y ante el temor de que llevaran a este con propósito de muerte con que nos amenazaban constantemente tanto a mí como a mis hijos” y lo hizo, añade “por considerar que en sus manos no era peligrosa” y termina afirmando que “fue don Alejandro Alcaide Redondo el que se dirigió al Ayuntamiento para que no se me molestara con nuevos registros como así ocurrió”. El segundo alude al traslado a la cárcel de las escuelas y en primer lugar puntualizará que don Alejandro “contuvo a las turbas revolucionarias de este pueblo para que no cometieran actos de vandalismo”. El último declarante, Jorge Urbano Cantero, que no figura en el listado de detenidos, además de alabar su conducta como hicieron muchos de los anteriores, refiere una conversación que mantuvo con el procesado al que en una ocasión llegó a comentarle su conducta comprometida: “Pero, don Alejandro ¿por qué se mete usted en esas cosas? Déjelos Vd que ellos se arreglen como puedan, a lo que don Alejandro contestó: No señor, yo tengo que acompañarlos para evitar desgracias, pues de lo contrario no sé lo que pasaría aquí”.


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